“El despertar del hombre laico”
Ernesto Sábato (2001):
“El despertar el hombre laico”, Hombres. Argentina, s.d.e.
Cuando por primera vez estudié la historia
mundial, en el colegio secundario, fui
sorprendido por las extrañas virtudes del
ejército turco, que más o menos se
sintetizaban así: en 1453 tomaba a
Constantinopla y ponía fin, de tal manera, a
la Edad Media; inmediatamente, una
cantidad de señores se ponían a refutar
Aristóteles con pesas que caían de una torre
y planos inclinados, o mirando a través del
tubo de un telescopio.
Esta doctrina sobre las propiedades del
ejército turco es bastante popular y, aunque
no sea con tal nitidez, figura en muchos
textos escolares. Y hasta tal punto domina
en la enseñanza que al doblar el cabo del
año 1453 se pasa a otro volumen y a otro
año de estudios.
Cuando ya de grande me interesé por la
historia de la ciencia, encontré que en
aquella época tenebrosa que antecedió a la
caída de Constantinopla los europeos
habían inventado o reinventado la pólvora,
la imprenta, las armas de fuego, la brújula,
la pintura al óleo, las catedrales, el molino
de viento, el molino de agua, las lentes, el
tim6n, la esclusa, la forja de fuelle, la
medicina y la cirugía, el reloj mecánico, los
fundamentos de la ciencia experimental, los
vitrales, los esmaltes, los mapas matemáticos,
la navegación de altura, la
industria de los tejidos y del vidrio.
¿Quiénes habían elaborado todo eso?
En general, es peligroso cortar la historia en
pedazos. Pero, si debemos buscar el viraje
que originó nuestra civilización, hay que
buscarlo en la época de las Cruzadas. Es
ahí, en las comunas burguesas, donde
verdaderamente se inician los Tiempos
Modernos, con una nueva concepción del
hombre y su destino.
Entre el derrumbe del Imperio Romano y el
despertar del siglo XII el mundo occidental
se sume en lo que propiamente debería
llamarse «edad media». El hombre se
sumerge en los valores espirituales y sólo
vive para Dios: el dinero y la razón emigran
hacia mejores territorios, refugiándose en
Bizancio, en el imperio musulmán, entre los
judíos. Bajo la doble presión de la ética
cristiana y del aislamiento militar, el
hombre de Occidente renunció durante seis
siglos a las dos potencias que mejor parecen
representar los halagos de la materia y del
pensamiento, la tentación del espíritu
mundano.
Es difícil precisar por qué despierta
Occidente. Lo que sucede es el resultado de
infinitos factores, desde una ética hasta la
belleza de una mujer, desde una estructura
económica hasta el poder de convicción de
un fanático a caballo. Es muy difícil, y a
menudo muy bizantino, establecer las
causas últimas de un acontecer histórico;
parece mejor tomar el hecho en su totalidad,
como una estructura cerrada. Hacia la época
de las Cruzadas comienza el despertar de
Occidente, gracias a un conjunto de factores
concomitantes: el debilitamiento del poder
musulmán, la relativa tranquilidad de las
ciudades después de tantos siglos de lucha y
destrucción, la pérdida de las esperanzas en
el advenimiento del reino de Dios sobre la
tierra, la reapertura del comercio
mediterráneo. ¿Cuál de todos ellos es el
factor último? No es fácil discriminarlo.
Pero en cambio es fácil advertir que debajo
de todos ellos actúan dos fuerzas
fundamentales: la razón y el dinero.
El levantamiento de la razón comienza en el
seno de la teología hacia el siglo XI, con
Berengario de Tours. San Pedro Damián
combate esta tentativa, manifestando su
desconfianza por la ciencia y la filosofía,
poniendo en duda la validez de las leyes del
pensamiento y, en particular, la validez
absoluta del principio de contradicción, que
aunque rige en el mundo de lo finito -
afirma- no rige para el ser divino.
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La polémica se agudiza con Abelardo,
quien sostiene que no se debe creer sin
pruebas: sólo la razón debe decidir en pro o
en contra. Es silenciado por San Bernardo,
pero representa, en pleno siglo XII, el
heraldo de los tiempos nuevos, en que la
inteligencia, ya desenfrenada, no
reconocerá otra soberanía que la de la
razón. «¡Oh, Jesús! –exclamará un teólogo
en estado de embriaguez racionalista-
¡Cuánto he reforzado y ensalzado Tu doctrina!
En verdad, si fuera Tu enemigo,
podría invalidarla y refutarla con
argumentos todavía más poderosos.»
Pero para que esa soberanía de la razón se
estableciera, era menester el afianzamiento
de su aliado el dinero. Entonces, toda la
gigantesca estructura de la Iglesia y de la
Feudalidad se vendrá abajo.
El dinero había aumentado silenciosamente
su poderío en las comunas italianas desde
las Cruzadas. La Primera Cruzada, la
Cruzada por antonomasia; fue la obra de la
fe cristiana y del espíritu de aventura de un
mundo caballeresco, algo grande y
romántico, ajeno a la idea de lucro. Pero la
historia es tortuosa y era el destino de este
ejército señorial servir casi exclusivamente
al resurgimiento mercantil de Europa: no se
conservaron ni el Santo Sepulcro ni
Constantinopla, pero se reiniciaron las rutas
comerciales con Oriente. Las Cruzadas
promovieron el lujo y la riqueza y, con
ellos, el ocio propicio a la meditación
profana, el humanismo, la admiración por
las ciudades de la antigüedad.
Así comenzó el poderío de las comunas
italianas y de la clase burguesa. Durante los
siglos XII y XIII, esta clase triunfa por
todos lados. Sus luchas y su ascenso provocaron
transformaciones de tan largo alcance
que hoy sentimos sus últimas
consecuencias. Ya que nuestra crisis es la
reducción al absurdo de aquella irrupción
de la clase mercantil.
Del naturalismo a la máquina
Al despertar del largo ensueño del
Medioevo, el hombre redescubre al mundo
natural y al hombre natural, el paisaje y su
propio cuerpo. Su realidad será ahora
secular y profana, o tenderá a serlo cada vez
más, pues una visión del mundo no cambia
instantáneamente. Pero lo que importa es
ver las líneas de fuerza que ocultamente
empiezan a dirigir la orientación de una
sociedad, la inquietud de sus hombres, la
dirección de sus miradas; sólo así puede
saberse lo que va a acontecer visiblemente
varios siglos después. La profanidad de
Rafael no se explica sin esa oculta tensión
de las líneas de fuerza que empiezan a
actuar en el siglo XII. Entre un Giotto y un
Rafael -comienzo y fin de un proceso- hay
toda la distancia que media entre un
pequeño burgués profundamente cristiano,
todavía sumergido hasta la cintura en la
Edad Media, y un artista mundano,
emancipado de toda religiosidad.
La vuelta a la naturaleza es un rasgo
esencial de los comienzos renacentistas y se
manifiesta tanto en el lenguaje popular
como en las artes plásticas, en la literatura
satírica como en la ciencia experimental.
Los pintores y escultores descubren el
paisaje y el desnudo. Y en el
redescubrimiento del desnudo no sólo
influye la tendencia general hacia la
naturaleza, sino el auge de los estudios
anatómicos y el espíritu igualitario de la
pequeña burguesía: porque el desnudo,
como la muerte, es democrático.
La primera actitud del hombre hacia a
naturaleza fue de candoroso amor, como en
San Francisco. Pero dice Max Scheler, amar
y dominar son dos actitudes complementarias
y a ese amor desinteresado y
panteístico siguió el deseo de dominaci6n,
que había de caracterizar al hombre
moderno. De este deseo nace la ciencia
positiva, que no es ya mero conocimiento
contemplativo, sino el instrumento para la
dominación del universo. Actitud arrogante
que termina con la hegemonía teológica,
libera a la filosofía y enfrenta a la ciencia
con el libro sagrado.
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El hombre secularizado -animal
instrumenticum- lanza finalmente la
máquina contra la naturaleza, para
conquistarla. Pero dialécticamente ella
terminará dominando a su creador.
El diablo reemplaza a la metafísica
El fundamento del mundo feudal era la
tierra; como consecuencia, esta sociedad es
estática, conservadora y espacial. En
cambio, el fundamento del mundo moderno
es la ciudad; la sociedad resultante es
dinámica, liberal y temporal. En este nuevo
orden prevalece el tiempo sobre el espacio,
porque la ciudad está dominada por el
dinero y la razón, fuerzas móviles por
excelencia. La dinámica es una rama
moderna de la física, contemporánea de la
industria y de la balística del Renacimiento;
los antiguos sólo habían desarrollado la
estática.
La característica de la nueva sociedad es la
cantidad. El mundo feudal era un mundo
cualitativo: el tiempo no se medía, se vivía
en términos de eternidad y el tiempo era el
natural de los pastores, del despertar y del
descanso, del hambre y del comer, del amor
y del crecimiento de los hijos, el pulso de la
eternidad; era un tiempo cualitativo, el que
corresponde a una comunidad que no
conoce el dinero.
Tampoco se medía el espacio, y las
dimensiones de las figuras en una
ilustración no correspondían a las distancias
ni a la perspectiva: eran expresión de la
jerarquía. . Pero cuando irrumpe la
mentalidad utilitaria, todo se cuantifica. En
una sociedad en que el simple transcurso
del tiempo multiplica los ducados, en que
«el tiempo es oro», es natural que se lo
mida, y que se mida minuciosamente.
Desde el siglo XV los relojes mecánicos
invaden a Europa y el tiempo se convierte
en una entidad abstracta y objetiva,
numéricamente divisible. Habrá que llegar
hasta la novela actual para que el viejo
tiempo intuitivo sea recuperado por el
hombre.
El espacio también se cuantifica. La
empresa que fleta un barco cargado de
valiosas mercancías no va a confiar en esos
dibujos de una ecumene rodeada de grifos y
sirenas: necesita cartógrafos, no poetas. El
artillero que debe atacar una plaza fuerte
necesita que el matemático le calcule el
ángulo de tiro. El ingeniero civil que construye
canales y diques, máquinas de hilar y
de tejer, bombas para minas; el constructor
de barcos, el cambista, el ingeniero militar,
todos ellos tienen necesidad de matemática
y de un espacio cuadriculado.
El artista de aquel tiempo surge del artesano
–en realidad es la misma persona- y es
lógico que lleve al arte sus preocupaciones
técnicas. Piero della Francesca, creador de
la geometría descriptiva, introduce la
perspectiva en la pintura. Entusiasmados
con la novedad, los pintores italianos
comienzan a emplear una perspectiva abundante
y muy visible, como nuevos ricos de
este arte geométrico. El viejo Ucello se
extasía tanto ante el invento, que su mujer
tiene que reclamarlo repetidas veces para la
comida. Leonardo escribe en su Tratado:
«Dispón luego las figuras de hombres
vestidos o desnudos de la manera que te has
propuesto hacer efectiva, sometiendo a la
perspectiva las magnitudes y medidas, para
que ningún detalle de tu trabajo resulte
contrario a lo que aconsejan la razón y los
efectos naturales.» Y en otro aforismo
agrega: «La perspectiva, por consiguiente,
debe ocupar el primer puesto entre todos los
discursos y disciplinas del hombre. En su
dominio, la línea luminosa se combina con
las variedades de la demostración y se
adorna gloriosamente con las flores de las
matemáticas y más aún con las de la
física.»
Según Alberti, el artista es ante todo un
matemático, un técnico, un investigador de
la naturaleza.
Y así, también, irrumpe la proporción. El
intercambio comercial de las ciudades
italianas con Oriente facilitó el retorno de
las ideas pitagóricas, que habían sido
corrientes en la arquitectura romana. Pero
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es con la emigración de los eruditos griegos
de Constantinopla cuando en Italia
comienza el real resurgimiento de Platón y,
a través de él, de Pitágoras. Cosimo recoge
a los sabios y él mismo sigue sus
enseñanzas en la Academia de Florencia.
De este modo, el misticismo numerológico
de Pitágoras celebra matrimonio con el de
los florines, ya que la aritmética regía - por
igual el mundo de los poliedros y el de los
negocios. Con razón sostiene Simmel que
los negocios introdujeron en Occidente el
concepto de exactitud numérica, que será la
condición del desarrollo científico. El viejo
tirano dejaba su:; múltiples preocupaciones
para asistir, embelesado, a las discusiones
académicas; y, por un complicado
mecanismo, Sócrates lo aliviaba del último
envenenado. Lo mismo, más tarde, su nieto
Lorenzo: «Sin Platón, me sentiría incapaz
de ser buen ciudadano y buen cristiano»,
aforismo paradojal que no le impedía
degollar o ahorcar a sus enemigos políticos.
Nada muestra mejor el espíritu del tiempo
que las obras de Luca Pacioli, especie de
almacén en que se encuentran desde los
inevitables elogios al Duque hasta las
proporciones del cuerpo humano, desde
contabilidad por partida doble hasta la
trascendencia metafísica de la Divina
Proporción: «Esta nuestra proporción, oh
excelso Duque, es tan digna de prerrogativa
y excelencia como la que más, con respecto
a su infinita potencia, puesto que sin su
conocimiento muchísimas cosas muy
dignas de admiración, ni en filosofía ni en
otra ciencia alguna, podrían venir a luz.»
Sucesivamente la califica de divina
exquisita, inefable, singular, esencial,
admirable, innominable, inestimable,
excelsa, suprema, excelentísima,
incomprensible y dignísima. Parece como si
hablara del propio Duque de Milán.
Este concepto pitagórico tuvo influencia en
casi todos los artistas de] Renacimiento
italiano, así como en Durero. Pero también
se extendió al campo de las ciencias, como
puede observarse en los trabajos de
Cardano, Tartaglia y Stevin. Finalmente,
reaparece. en la mística de la armonía
kepleriana y en las hipótesis estéticometafísicas
que sirvieron de base a las
investigaciones de Galileo. Porque los que
piensan que los hombres de ciencia
investigan sin prejuicios estéticometafísicos
tienen una idea bastante
singular de lo que es la investigación científica.
Este es el hombre moderno. Conoce las
fuerzas que gobiernan al mundo, las tiene a
su servicio, es el dios de la tierra: es el
diablo. Su lema es: todo puede hacerse. Sus
armas son el oro y la inteligencia. Su
procedimiento es el cálculo.
Jacobo Loredano asienta en su Libro
Mayor: «Al Dux Foscari, por la muerte de
mi hijo y de mi tío.» Después de haber
eliminado a Foscari y a su hijo, agrega:
«Pagado.» Gianozzo Minnetti ve en Dios
algo así como el maestro d’uno traffico.
Villani considera que las donaciones y
limosnas son una forma contractual de
asegurarse la ayuda divina. Inocencio VIII
instaura un banco de indulgencias, en donde
se venden absoluciones por asesinatos. Esta
mentalidad calculadora de los mercaderes
se extiende en todas direcciones. Empieza
por dominar la navegación, la arquitectura y
la industria. Con las armas de fuego invade
el arte de la guerra, a través de la balística y
la fortificación. Se desvalorizan la lanza y
la espada del caballero, a la bravura
individual del señor a caballo sucede /a
eficacia del ejército mercenario.
A estos ingenieros no les interesa la Causa
Primera. El saber técnico toma el lugar de
la preocupación metafísica, la eficacia y la
precisión reemplazan a la angustia religiosa.
Para juzgar hasta qué punto esto es en
esencia del espíritu burgués, véase la crítica
que Valéry hace a la metafísica en
Leonardo y los filósofos: aunque falaz, es la
misma que hace Leonardo, la misma que
hacen los pragmatistas y positivistas, esos
ingenieros de la filosofía.
La mentalidad calculadora invade
finalmente la política: Maquiavelo es el
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ingeniero del poder estatal. Se impone una
concepción dinámica e inescrupulosa, que
no reconoce honor, ni derechos de sangre,
ni tradición. ¡Qué lejos estamos de aquella
cristiandad unida en su fe contra los
infieles! El papa Alejandro VI intenta la
alianza de los turcos contra los venecianos.
Las dinastías se levantan y se liquidan
mediante el puñal de asesinos a sueldo, a
tantos ducados por cabeza. El poder es el
ídolo máximo y no hay fuerzas que puedan
impedir el desarrollo de los planes
humanos. Leonardo, en sus laboriosas
noches del hospital Santa María, inclinado
sobre el pecho abierto de los cadáveres,
busca el secreto de la vida y de la muerte,
quiere ver cómo Dios crea seres vivos,
ansía suplantarlo, exclama: «Voglio fare
miracoli!»
Complejidad y drama del hombre
renacentista
Estamos hablando de las fuerzas
dominantes, pero es necesario que ahora
consideremos las contrafuerzas. El
Renacimiento, como cualquier época, sólo
puede ser profundamente juzgado si se lo
piensa como la lucha y la síntesis de fuerzas
encontradas. La afirmación (provisoria y
parcial) de que el Renacimiento es un
proceso de secularización no implica negar
el misticismo de Savonarola, o de Miguel
Ángel. Bastaría sentir por un instante, en el
Palazzo del Bargello, la tierna y
estremecida actitud del San Giovannino, de
Donatello, para comprender hasta qué punto
es trivial aquella creencia sobre la mera
profanidad del Renacimiento.
Una doctrina no traduce unívocamente una
época, sino se forma de manera compleja;
en parte por el desarrollo autónomo y
puramente intelectual de las ideas anteriores
-por o en contra de esas ideas-, en parte
como manifestación del espíritu de su
tiempo. Y también esto de manera
polémica: al espíritu religioso de la Edad
Media sucede el espíritu profano de la
burguesía; pero, al asumir éste sus formas
más groseras, suscita la reacción mística de
Savonarola. Artistas como Miguel Angel y
Botticelli fueron intensamente conmovidos
por esta reacción y no sólo no contradicen
la profanidad del Renacimiento, sino que
son su consecuencia.
Por eso es falso afirmar que «el
Renacimiento es una vuelta a la
antigüedad». La historia no retorna jamás.
Lo que hay es un retorno de ciertas
características del espíritu greca-latino, en
la medida en que también había sido un
espíritu ciudadano, el producto de una
cultura de ciudades, una civilizaci6n.
Más las ciudades renacentistas eran
ciudades distintas a las antiguas y bastaría
la sola existencia del cristianismo para
diferenciar radicalmente esta nueva
civilización de la antigua. ¿Cómo sería
posible comparar el realismo de un espíritu
cristiano como Donatello con el realismo de
un escultor griego?
La importancia del cristianismo se revela
hasta en aquella actividad del espíritu que,
por su naturaleza, parece más alejada: la
ciencia positiva. Mucho se sorprenderían
los anticlericales de barrio si se les dijese
que la ciencia occidental nació gracias a la
Iglesia, y no obstante es así. .
Creo posible explicar aquel proceso de la
siguiente manera:
Durante la Edad Media, la Iglesia está
caracterizada por dos temas: el dogma y la
abstracción. La burguesía aparece
caracterizada por los dos temas
contrapuestos: la libertad y el realismo.
Entre los clérigos y los burgueses están los
humanistas. El sentido naturalista, concreto,
vivo del humanismo, frente a la aridez
escolástica, lo hace un aliado de la
burguesía: con su paganismo, conmueve los
fundamentos de la Iglesia, es
revolucionario, ayuda al ascenso de la
nueva clase; los dos temas de la burguesía -
libertad y realismo- son los suyos propios; y
no es extraño, en consecuencia, que la
mayor parte de los humanistas proviniesen
de la clase mercantil. Al otorgar a los
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escritos de los antiguos tanto valor como a
la Biblia, el cristianismo se hizo
irreconocible en estos hombres; la
yuxtaposición de ambos cultos tenía que
conducir a la indiferencia y finalmente al
ataque de la moral cristiana y de las
instituciones eclesiásticas, paso que dio
Lorenzo Valla, esa especie de protestante
avant la lettre. Pero en el momento en que
el humanismo se extasía con la antigüedad,
en el momento en que hace de su culto un
juego cortesano y exquisito, se vuelve
conservador y reaccionario: técnicos como
Leonardo, los hombres que mejor
representan el espíritu de la modernidad,
mirarán como a charlatanes a los señores
que se pasaban el día discutiendo en la
Academia, a esos pedantes que habían
vuelto la espalda al lenguaje popular para
entregarse a la vana resurrección del latín, a
esos presuntuosos que habían dejado de
llamarse Fortiguerra o Wolfgang Schenk
para convertirse, grandiosamente, en
Carteromachus y Lupambulus Ganimedes.
De esta manera, el humanismo pasa del
tema de la libertad al tema del dogma, al
dogma de la antigüedad. Y de la revolución
pasa a la reacción.
En cuanto al burgués, había insurgido como
realista, preocupándose solamente por lo
que tenía delante de las narices,
desconfiando de toda suerte de
abstracciones. Pero con palancas y ruedas
no se hace 1a ciencia moderna: es necesario
unir los hechos en un esquema racional y
abstracto. Por eso, paradojalmente, la
ciencia positiva no pudo surgir sin la ayuda
de la Iglesia, pues mientras su faz técnica y
utilitaria proviene de la burguesía, su lado
teórico, la idea de una racionalidad del
Universo (sin la cual ninguna ciencia es
posible) proviene de la escolástica. De este
modo, apenas la burguesía ha llegado a la
etapa de la ciencia, hace suyo el tema de la
abstracción, que caracterizaba a la
escolástica, pero lo instrumenta a su modo,
uniéndolo al saber concreto y utilitario,
entrelazándolo a los poderes temporales de
la máquina y el capitalismo y, a través del
número, al tema de la belleza en la
proporción, que era típico del humanismo.
Y así, en este fugaz reinado pitagórico,
oímos la última parte de una compleja
partitura, en que todos los temas iniciales
aparecen complicados y entrelazados de tal
manera que apenas puede distinguirse a
Platón de Aristóteles, a las preocupaciones
prácticas de las metafísicas, a la aridez
escolástica de la intuición concreta.
Pero esto no es todo. Además del
cristianismo, hay dos fuerzas que
complican aún más el proceso renacentista.
Como dice Jung, el proceso cultural
consiste en una dominación progresiva de
lo animal en el hombre, un proceso de
domesticación que no puede llevarse a cabo
sin rebeldía por parte de la naturaleza
animal, ansiosa de libertad. De tiempo en
tiempo, una especie de embriaguez acomete
a la humanidad, que ha ido entrando por las
vías de la cultura. La antigüedad
experimentó esa embriaguez en las orgías
dionisíacas, desbordadas de Oriente, y que
constituyeron un elemento esencial y
característico de la cultura clásica. Según la
ley ya establecida por Heráclito de la
enantiodromía, o contracorriente, todo
marcha hacia su contrario, y a la orgía
dionisíaca tenía que seguir, fatalmente, el
ideal estoico y luego el ascetismo de Mitra
y de Cristo; hasta que, con el Renacimiento,
un nuevo tumultuoso y adolescente
entusiasmo intenta el dominio del espíritu
humano.
Este espíritu dionisíaco explica la
duplicidad de muchos grandes hombres del
Renacimiento, que en ciertos casos llevará
hasta la neurosis. Un ejemplo sencillo lo
tenemos en la ciencia: ni Leonardo, ni
ninguno de los precursores, tuvieron una
idea sistemática de la racionalidad. En todo
el Renacimiento se asiste a una lucha entre
la magia y la ciencia, entre el deseo de
violar el orden natural - ¡Y qué sexual es
hasta la misma expresión! y la convicción
de que el poder sólo puede adquirirse en el
respeto de ese orden. En uno de sus
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aforismos, dice Leonardo: «La naturaleza
no quebranta jamás sus leyes»; pero en uno
de sus arrebatos demiúrgicos, exclama con
soberbia: «¡Quiero hacer milagros! » Es
probable que su conciencia pensara en ese
instante en milagros «científicos), pero es
seguro que su inconsciencia soñaba con
milagros genuinos. El Renacimiento está
saturado de brujerías. La obra de los
alquimistas y astrólogos es eminentemente
renacentista, y no poco de la química y de
la astrología de nuestro tiempo tiene origen
en aquellas desaforadas investigaciones. El
Renacimiento es demoníaco, por lo mismo
que busca el dominio de la tierra. Roger
Bacon, el doctor mirabilis, padre de nuestra
ciencia experimental, era tenido por un
poderoso mago: condensando el aire, había
construido un puente de treinta millas entre
Inglaterra y el continente, y por él había
pasado con toda su comitiva,
desvaneciéndolo detrás de sí.
Con el arte pasan cosas similares: la
duplicidad del espíritu renacentista nos
explica esa especie de insatisfacción
neurótica que nos parece intuir en la obra de
tantos artistas renacentistas, y quizá en los
más grandes: ya en la angustiosa y
romántica escultura de Miguel Ángel, como
en la melancólica pintura de Botticelli.
Como ha señalado Berdiaeff, el' hombre
occidental ya no podía volver ingenuamente
a la naturaleza, en el estado de ánimo del
griego, porque de por medio estaba el
cristianismo; y así, mientras los antiguos
lograron la perfección en el arte, el
Renacimiento sufrió siempre los efectos de
ese radical desdoblamiento del espíritu:
ímpetu profano, herencia cristiana. En los
hombres del cuatrocientos se siente la
añoranza por la perfección clásica, que ya
nunca más será alcanzable: la disociación
que la conciencia cristiana ha establecido
entre la vida divina y la terrena, entre lo
eterno y lo perecedero, no podrá ser
superada más en el curso de nuestra
historia.
Esa disociación es más intensa en los países
germánicos que en Italia, porque éste era un
país antiguo, y no es asombroso que en ella
hasta los mismos papas hayan sucumbido a
la actitud profana. La irrupción gótica es la
otra y potente fuerza de la modernidad,
fuerza que ya oculta, ya aparente, hará que
el conflicto básico de nuestra civilización
sea más dramático, hasta terminar primero
con la rebelión protestante y más tarde con
la rebelión romántica y existencial. En la
arquitectura gótica, angustiosamente
estirada hacia arriba, incapaz de la medida y
de la perfección grecolatina, ve Berdiaeff la
materialización de ese conflicto del alma
europea, de ese carácter de imposible que es
el rasgo característico de toda la cultura
cristiana.
En suma, si por Renacimiento
consideramos no el mero, estrecho y falso
concepto de los humanistas, sino el
comienzo de los tiempos modernos, hay
que tomarlo como el despertar del hombre
profano, pero en un mundo profundamente
transformado por lo gótico y lo cristiano.
Como una civilización que
simultáneamente produce palacios en estilo
antiguo y catedrales góticas, pequeños
burgueses anticlericales como Valla y
espíritus religiosos como Miguel Ángel,
literatura realista y satírica como Boccaccio
y un vasto drama cristiano como La Divina
Comedia. Olvidemos de una vez por todas
las viejas fórmulas de los humanistas, para
quienes el Renacimiento no era sino una
vuelta a la antigüedad, como si jamás
semejante milagro se hubiera producido;
olvidemos sus teorías sobre la aberración
del arte gótico y pensemos que justamente
fueron las catedrales góticas el corazón de
muchísimas comunas burguesas que se
desarrollaron a partir de la primera
Cruzada. Sólo podremos entender la
complejidad del Renacimiento y el
dramático dualismo de nuestro tiempo si
admitimos que ese tiempo nuestro nació
como interacción de los pueblos de distinta
raza y tradición. Italia nunca perdió del todo
la noción de ser un pueblo antiguo, ni
olvidó jamás el esplendor grecolatino, que
perduraba en las ruinas de sus foros, en sus
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acueductos y estatuas semiderruidas; y así
como muchos soñamos con los
irrecuperables instantes de la infancia, así
los italianos imaginaban que de ese
melancólico universo de ruinas podía
realmente resurgir el portentoso pasado. En
tanto que en aquellas ciudades nórdicas,
formadas en torno de las fortalezas
feudales, el surgimiento de la nueva
civilización se iba a realizar con atributos
más bárbaros y modernos, en ciudades
esencialmente mercantiles, con las más
típicas características del capitalismo
moderno. Pero, al mismo tiempo,
paradojalmente en apariencia, serían la cuna
de las reacciones más vio lentas contra la
nueva civilización: el romanticismo y el
existencialismo
En Europa se reinvento la polvora.
ResponderEliminarSurgieron las maquinas para controlar a la naturaleza, pero, las maquinas terminaron controlando al hombre.
Se invento el reloj para dividir el dia a dia en horas y organizar, de cierta forma, la vida de los hombres.
Surgio la imprenta.
Surgio la burgesia.
Epoca del renacimiento.
Se le dio gran importancia al uso de la perspectiva y las proporciones; desde artistas hasta ingenieros, matematicos, escultores, entre otros.
Al espíritu religioso de la Edad Media sucede el espíritu profano de la burguesía; pero, al asumir éste sus formas más groseras, suscita la reacción mística de Savonarola. Artistas como Miguel Angel y Botticelli fueron intensamente conmovidos por esta reacción y no sólo no contradicen la profanidad del Renacimiento, sino que son su consecuencia. Por eso es falso afirmar que «el Renacimiento es una vuelta a la antigüedad». La historia no retorna jamás. Lo que hay es un retorno de ciertas características del espíritu greca-latino, en la medida en que también había sido un espíritu ciudadano, el producto de una cultura de ciudades, una civilizaci6n.Más las ciudades renacentistas eran ciudades distintas a las antiguas y bastaría la sola existencia del cristianismo para diferenciar radicalmente esta nueva civilización de la antigua.
Durante la Edad Media, la Iglesia está caracterizada por dos temas: el dogma y la abstracción. La burguesía aparece caracterizada por los dos temas contrapuestos: la libertad y el realismo.
paradojalmente, la ciencia positiva no pudo surgir sin la ayuda de la Iglesia, pues mientras su faz técnica y utilitaria proviene de la burguesía, su lado teórico, la idea de una racionalidad del Universo (sin la cual ninguna ciencia es posible) proviene de la escolástica. De este modo, apenas la burguesía ha llegado a la etapa de la ciencia, hace suyo el tema de la abstracción, que caracterizaba a la escolástica, pero lo instrumenta a su modo, uniéndolo al saber concreto y utilitario, entrelazándolo a los poderes temporales de la máquina y el capitalismo y, a través del número, al tema de la belleza en la proporción, que era típico del humanismo.
Duplicidad del espíritu renacentista nos explica esa especie de insatisfacción neurótica que nos parece intuir en la obra de tantos artistas renacentistas, y quizá en los más grandes: ya en la angustiosa y romántica escultura de Miguel Ángel, como en la melancólica pintura de Botticelli.
En suma, si por Renacimiento consideramos no el mero, estrecho y falso concepto de los humanistas, sino el comienzo de los tiempos modernos, hay que tomarlo como el despertar del hombre profano, pero en un mundo profundamente transformado por lo gótico y lo cristiano. Como una civilización que simultáneamente produce palacios en estilo antiguo y catedrales góticas, pequeños burgueses anticlericales como Valla y espíritus religiosos como Miguel Ángel, literatura realista y satírica como Boccaccio y un vasto drama cristiano como La Divina Comedia. Olvidemos de una vez por todas las viejas fórmulas de los humanistas, para quienes el Renacimiento no era sino una vuelta a la antigüedad, como si jamás semejante milagro se hubiera producido; olvidemos sus teorías sobre la aberración del arte gótico y pensemos que justamente fueron las catedrales góticas el corazón de muchísimas comunas burguesas que se desarrollaron a partir de la primera Cruzada